En 1938, con el mundo al borde de la Segunda Guerra Mundial, ocurrió uno de los hallazgos científicos de la década. En la costa de Sudáfrica, un capitán de barco descargó un pez de aspecto arcaico que desconcertó incluso a los pescadores más expertos. El animal fue donado al East London Museum, donde la curadora Marjorie Courtenay-Latimer lo reconoció como un espécimen extraordinario; contactó al ictiólogo aficionado, L.B. Smith quien, al observar las descripciones, quedó atónito, pues aquel pez encajaba con un grupo que se creía extinto hace 75 millones de años: los celacantos.
Este tipo de redescubrimientos ilustran cómo la percepción sobre las extinciones puede ser errónea, especialmente en el ambiente marino, pues localizar a las especies en un hábitat tan extenso, variable y hostil al humano, puede asemejarse a buscar una aguja en un pajar. Algunas especies escapan a la observación humana incluso durante siglos, llevándonos a preguntar si hay especies que se han extinguido realmente o solo están fuera de nuestro alcance.